En este tenor el cronista de la universidad de Oxford en 1651 afirmaba que estos sitios degradaban la cultura. En lugar de que las discusiones versaran sobre asuntos académicos y de la cristitandad estas se enfocaban en banalidades, lo que fomentaba la pereza intelectual y el ocio de las nuevas generaciones. Por su parte, Carlos II, Rey de Inglaterra los consideraba semilleros de sedición, llegó a prohibir el acceso a estos recintos por ser “el gran recurso de personas ociosas y desleales”, lo que tenía “muchos efectos malos y peligrosos para la sociedad.”
Más allá de esta imagen de decadencia, degeneración y divagación que los enemigos del ocio y la plática de cafetería querían transmitir; lo cierto es que estos espacios fueron semilleros para la creación intelectual. No solo se reunían vagos a beber café, la Royal Society nació del impulso de un grupo de estudiantes y profesores de Oxford que solían verse en un café para hablar sobre cuestiones académicas.
Muchos de los asiduos miembros de esta logia de adictos a la cafeína (como Newton fundador del cálculo y la mecánica celeste) fueron figuras de la revolución científica que permitió romper con la mirada teológica sobre el mundo.